Luis Fernández de Laría Blanco, acaba de cumplir 45 años como detective privado en La Rioja, desde que en 1967 abrió en Logroño el centro de investigación privada Grupo Detectives Aipasa.
Hoy, la recesión y los cambios legales han reemplazado las tradicionales indagaciones por infidelidades conyugales o dudas laborales por los nuevos delitos informáticos y, en especial, por la preocupación de muchos padres por saber qué hacen sus hijos menores fuera de casa. Hoy, las riendas del negocio han pasado a su hijo Luis, aunque él no cede su despacho, presidido por los ‘tres monos sabios’ japoneses, símbolo del lema de la profesión: Ver, oír y callar.
– ¿Cómo afecta la crisis a la labor de un detective privado?
– Bastante, de hecho el trabajo se ha reducido en la mayoría de despachos un 50 o 60%. Además, cuando acude un cliente a nosotros es por auténtica necesidad y porque tiene casi la certeza de que está sucediendo algo, cuando antes era más por sospechas, curiosidad o capricho.
– Imagino que la picardía laboral también nota la recesión. ¿Es así?
– Desde luego, que se nota, ya no se dan tanto las enfermedades o secuelas simuladas. Hoy, si uno no está enfermo de verdad no se coge la baja porque se juega el puesto de trabajo. Antes era más habitual y en muchos casos era realmente difícil descubrirlo. Recuerdo el caso de una persona en silla de ruedas a la que al final, adelantándonos al panadero que le dejaba unas barras en una bolsa, colocamos nosotros el pan y pudimos sorprenderle cuando bajaba los escalones andando para recogerlo. Hemos pillado a personas con muletas que al salir de la mutua echaban a correr para alcanzar el autobús, otro que aguantaba los pinchazos en un brazo presuntamente inerte para luego marchar en moto con el móvil en la mano. Tuvimos hasta el caso de un hombre que había perdido las dos piernas en un accidente y solicitaba una invalidez total, pero descubrimos que por las mañanas trabajaba de guarnicionero y por las tardes se ponía piernas ortopédicas para montar a caballo.
– ¿Y las infidelidades?
– Bueno, ahora nos contratan una vez que se ha producido el divorcio, generalmente los maridos, que son los que suelen tener que pagar pensión, cuando sospechan que han cambiado las condiciones que motivaron la sentencia judicial. Cuando yo empecé existía el delito de adulterio en el Código Penal y para poder divorciarse eran necesarias pruebas. Cuando se detectaba algún caso de adulterio había que avisar a la Policía Nacional, en el caso de Logroño, o a la Guardia Civil, si se trataba de un pueblo, para detener a los que eran sorprendidos ‘in fraganti’.
– Otra de sus misiones hace años era el traslado a las empresas del dinero necesario para abonar las nóminas a los empleados, ¿no?
– Efectivamente, entonces no se domiciliaban los pagos ni había furgones de seguridad y se contrataba a detectives privados para el transporte del dinero. Yo usaba un maletín especial que aún conservo, del que salía una sirga con una anilla. Si alguien tiraba de él, se activaba un mecanismo que además de impedir su apertura lanzaba disparos de humo, que permitía seguir su rastro o introducirlo en el interior de un coche.
– Entonces, en pleno siglo XXI, cuáles son hoy sus filones?
– Actualmente, una de las mayores preocupaciones es la inquietud de los padres por saber qué hacen o con quién están sus hijos. Nosotros tenemos que investigar a los menores, con quién va, en qué se gasta el dinero… Se hacen seguimientos, vigilancias y grabaciones, para lo que utilizamos personal profesional pero más joven, y luego se pasa el informe a los padres, aunque, a veces, nos guardamos algunos aspectos demasiados preocupantes para los padres a los que aconsejamos que acudan con su hijo a un profesional psicólogo o psiquiatra. Son seguimientos difíciles porque los jóvenes cambian mucho de sitio, de repente llaman a un taxi o llega un amigo con una moto… Necesitas dos o tres detectives para el trabajo.
– Pero hoy cuentan con el apoyo de las nuevas tecnologías.
– Sí, desde luego, antes usábamos cámaras de grabación de varios kilos de peso y hoy son minúsculas y van ocultas en cualquier lugar, en un mechero, en un botón… donde se quiera. Hemos llegado a ocultar una en el tornillo de una lámpara fluorescente.
– Más de cuatro décadas de profesión darán para cientos de anécdotas, ¿no?
– Bueno, de todo. Por ejemplo, ahora con Internet y las redes sociales te encuentras de todo. Una vez descubrimos a un tipo que intentaba engañar a una mujer a la que aseguró que era un miembro del CNI, el servicio de inteligencia, cuando realmente era una persona que trabajaba en una empresa, estaba casado y tenía hijos.
– ¿El trabajo que más le ha costado resolver?
– Fue uno en el que tuve que estar cuatro meses fuera de España para intentar encontrar a una persona por encargo de su familia, ya que se estaban jugando una importante fortuna, y que aunque tenían la sospecha de que estaba en una nación muy concreta, desconocían si estaba vivo o muerto.